Se formó en General Urquiza, Talleres y San Isidro. Partió a los 12 años a Independiente de Avellaneda y desde los 17 vive en Europa. En poco tiempo pasó de ser desconocido para la mayoría a un ídolo que trajo la Copa del Mundo.
Emiliano Martínez pasó a la eternidad hace exactamente un año. El arquero que poco tiempo atrás luchaba por ganarse un puesto en su club y era un desconocido para la mayoría en Argentina, inscribió su nombre entre los más grandes de la historia en la Selección luego de un ascenso meteórico en su carrera, actuaciones memorables y apariciones heroicas. En la final de Qatar 2022 tuvo una atajada épica contra Kolo Muani para sostener el 3-3 con Francia sobre el cierre del tiempo suplementario y le atajó un penal a Coman en la definición. Es ídolo y campeón del mundo, ni más ni menos.
Hijo de Alberto y Susana, Damián Emiliano Martínez nació el 2 de septiembre de 1992. Creció en la zona sur de la ciudad, muy cerca del Bosque Peralta Ramos, guiado por su hermano y referente, Alejandro, dos años mayor.
Vivió una infancia con dificultades económicas, pero abundante aprendizaje. Entendió, rápidamente, que el esfuerzo era indispensable para cumplir su gran anhelo. “Desde niño sueño levantar la dorada, la Copa del Mundo”, afirmó antes de poner un pie en Qatar.
Susana limpiaba casas y “Beto” era fletero en el puerto. Trabajaban desde la mañana a la noche. Cada centavo era invertido en sus hijos. La madre apostaba a la educación: las horas extras eran para pagar la cuota del colegio Sagrada Familia. Y el padre era quien más acompañaba y alimentaba la pasión por el fútbol.
“Éramos humildes, pero muy felices. Por eso, no nos da vergüenza decir de dónde venimos. Más allá de las complicaciones, a los chicos nunca les faltó un plato de comida en la mesa. Les dimos todo lo que pudimos”, le contó Alberto Martínez a LA CAPITAL.
Emiliano era -todavía lo es- inseparable de Alejandro. Lo acompañaba aunque tuviera que ir al banco de suplentes en una categoría dos años más grande, la 1990 de General Urquiza, su primer club. El hermano mayor también le encontró el puesto de tanto patearle en la casa, en la calle, en la plaza o donde hubiera algo con forma de pelota y un arco imaginario.
“A veces podíamos comprar un solo par de medias. Me lo escondía atrás de la espalda y les preguntaba a mis hijos en qué mano estaba. Ellos tenían que elegir. No sé cómo hacía ‘Emi’, pero siempre ganaba”, reveló el padre.
Era intuición. Habilidad que muy bien aplicó “Dibu” en las definiciones por penales ante Colombia en la Copa América y frente a Países Bajos en el Mundial.
Después de hacer escuelita en Urquiza, pasó a Talleres, club ubicado muy cerca de su colegio. Y de allí fue a San Isidro de la mano de “Cacho” Gonzalo y Jorge Peta, sus formadores. Entrenaban en la plaza Sicilia del barrio Colinas de Peralta Ramos, sin luz ni los elementos básicos.
La clase ’92 de San Isidro tenía un gran equipo. “Le hacíamos ejecutar tiros libres y penales. A veces se aburría porque no le llegaban y le daba la pelota a los rivales para que le pateen“, recordó Peta. “Nunca faltaba a un entrenamiento y, si podía, se quedaba más tiempo con su padre”, agregó.
Y, a propósito de la relación de amor de “Dibu” con los penales, el entrenador rememoró: “Un día en cancha de Kimberley jugamos la final del torneo Dragón Verde contra Independiente. Para asegurar el primer penal, decidimos que vaya Emiliano. Le pegó muy fuerte, como siempre, y la pelota rebotó en el travesaño. Estábamos ‘al horno’. Pero él, muy tranquilo, después atajó dos y ganamos“.
El arquero de San Isidro tenía condiciones. Por eso, los entrenadores le consiguieron pruebas en clubes de AFA. “Nosotros lo llevamos a Buenos Aires tres veces. Primero fue a River, donde lo vio (Héctor Osvaldo) Pitarch. No lo quisieron. Nos dijeron que ya tenían arqueros con las condiciones de él“, explicó Peta. “Luego, fue a Boca con (Ramón) Madoni y pasó lo mismo”, agregó. “Volvía con la desilusión lógica, pero era muy fuerte de la cabeza. Después, lo vio ‘Pepe’ Santoro y, con el ojo que tiene para los arqueros, obviamente lo pidió para Independiente“, completó sobre su llegada a Avellaneda.
Partida con un bolso lleno de sueños
Viajó a Buenos Aires con 12 años. Sufrió el desarraigo, pero ya tenía una enorme fortaleza mental. En la pensión de Independiente recibió el apodo de “Dibu” por la serie de TV, ya que era colorado y tenía pecas. Se levantaba a las 6, iba al colegio, entrenaba y después viajaba en colectivo a Ezeiza cuando era convocado para las selecciones juveniles. Todo para perseguir su gran objetivo.
Fue el arquero titular del seleccionado Sub 17 que logró el subcampeonato en el Sudamericano 2009 en Chile (luego disputó el Mundial de la categoría en Nigeria). Argentina perdió la final ante Brasil pese a que el arquero marplatense contuvo dos ejecuciones. “Dibu” llamó la atención de los cazatalentos del Arsenal inglés, lo invitaron a una prueba y le salió una oportunidad impensada.
Como en Independiente no podían ofrecerle un buen contrato, el destino ahora lo llevó con 17 años a Londres, gestión mediante de Gustavo Goñi, representante y amigo. De ese modo, garantizó una mayor seguridad económica familiar y tener la chance de ser profesional en una de las mejores ligas del mundo.
Allí empezó otra vida, siempre conectada a la anterior. Se casó con Mandinha y tuvo dos hijos: Santi y Ava. En lo deportivo, no le resultó sencillo construir su camino. Estuvo mucho tiempo como tercer o cuarto arquero e incluso fue cedido varias veces.
Su debut fue en mayo de 2012 en Oxford United, club de la tercera división de Inglaterra. Allí no tuvo continuidad y volvió a Arsenal, donde hizo su presentación en septiembre por la Copa de la Liga.
En la temporada 13/14, salió nuevamente a préstamo, ahora a Sheffield United, de la Championship, donde jugó apenas un poco más.
A su regreso, disputó su primer partido de Premier League el 22 de noviembre de 2014, en un Arsenal -Manchester United: reemplazó al polaco Szczesny, rival en esta Copa del Mundo. La temporada siguiente la jugó en Rotherdham United, nuevamente en segunda división. Pero tampoco logró afianzarse como titular. Y luego le ocurrió lo mismo en Wolverhampton, que competía en la misma categoría.
Sin embargo, con 24 años, Arsenal le renovó contrato y el entrenador Arsene Wenger, una leyenda en el club, dijo: “Tiene todas las cualidades para ser el futuro arquero del Arsenal”. Pero en el corto plazo su situación no cambió, con un puñado de oportunidades bajo los tres palos.
Para la temporada 2017/18, partió a Getafe, de La Liga española. Y otra vez permaneció casi siempre en el banco.
En su nueva cesión, ahora a Reading (Championship), al fin consiguió atajar con continuidad: 18 partidos en el primer semestre de 2019. Y para la temporada 2019/20, tuvo mayores chances en Arsenal, donde fue protagonista en la FA Cup y la Europa League.
El gran salto en su carrera
En junio del 2020 le surgió la posibilidad de atajar por la lesión del alemán Bernd Leno. Y el marplatense no la desaprovechó. Tuvo buenas actuaciones en el cierre de la Premier (tras el parate por el coronavirus), fue pieza clave para la consagración en la FA Cup (con victoria sobre Manchester City en semifinales y Chelsea en la final) y después volvió a ser importante en la definición de la Community Shield frente a Liverpool.
Con el regreso de Leno, Martínez iba a ser relegado nuevamente. Pero Aston Villa adquirió su pase por 21.500.000 euros. Así, se convirtió en el arquero argentino más caro de la historia.
En el club de Birmingham tuvo una gran temporada 2020/21. Situación que le posibilitó entrar en el radar de Lionel Scaloni. Después de algunas convocatorias, en la fecha FIFA de Eliminatorias previa a la Copa América 2021 debutó en la Selección Argentina por la ausencia del habitual titular, Franco Armani, quien dio positivo de Covid-19.
Desde entonces, “Dibu”se aferró al arco del seleccionado argentino con grandes actuaciones.
En Brasil estuvo muy sólido y tuvo su partido consagratorio en la definición por penales de semifinales ante Colombia, cuando dejó grabado el famoso “mirá que te como, hermano” ante Yerry Mina. Mantuvo la valla invicta en la definición frente al pentacampeón mundial (1-0 con gol de Di María), en el Maracaná, escenario ideal para levantar la Copa América y cortar una racha de 28 años sin títulos para el seleccionado argentino.
Siguió su camino en el Aston Villa, pero siempre con la cabeza puesta en Qatar 2022. En 2018, en la tribuna del Kazán Arena de Rusia, le había prometido a su hermano que iba a estar allí.
En el Mundial sacó pecho con una atajada salvadora sobre la hora para asegurar el 2-1 sobre Australia en octavos. Y luego atajó dos penales (los dos primeros ejecutados por el rival) para ganar un choque infartante de cuartos contra Países Bajos. “Tenemos huevos, corazón y pasión. Jugamos por 45 millones”, declaró tras el triunfo uno de los jugadores más queridos por los hinchas. En el entretiempo ante Croacia, en semifinales (3-0), lanzó otra frase contundente: “Me van a tener que matar para meterme un gol”.
En la final del mundo ante Francia, “Dibu” atajó con la grandeza de los elegidos. Así, cumplió el sueño de aquel niño que armaba su arco con piedritas en las calles de tierra del barrio El Jardín, del adolescente que partió atrás de una pelota a una pensión a 400 kilómetros de casa y del joven que cruzó el océano para vivir solo en un país con una cultura e idioma diferentes. Y provocó la alegría infinita de los familiares y amigos que siempre lo apoyaron y de los millones de argentinos que se enamoraron de él a primera vista. Un amor que será para toda la vida.
* Nota publicada por LA CAPITAL el 18 de diciembre de 2022